«Nada se olvida más despacio que una ofensa, y nada se olvida más rápido que un favor«. Martin Luther King la clavó con esta frase.
Algo que te dijeron hace años y te dolió se te queda ahí grabado a fuego, pero al que te prestó sus apuntes en clase cuando estabas enfermo, de ese no recuerdas ni el nombre.
Esto pasa porque lo que te dijeron activó tus emociones y te hizo sentir vulnerable. En cambio, los favores, aunque te alegran, no tienen ese mismo impacto emocional. El cerebro está diseñado para detectar amenazas, y por eso, las experiencias negativas se quedan grabadas más profundamente.
Pero, ¿y si pudieras cambiar eso? Si empezaras a dar más peso a los actos de bondad que a las heridas, tal vez tus relaciones y tu propia paz mental mejorarían. Podrías llevar un diario de favores donde recordar a todas esas buenas personas que se cruzaron contigo, o enviarles un mensaje dándoles las gracias de nuevo.
Al final, tu decides si te enfocas en lo que te hirió o en lo que te ayudó.

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