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El lenguaje moldea el mundo



Imagina que usas gafas con un filtro de color: de repente, todo lo que ves toma ese matiz. El lenguaje funciona de manera similar, pero en lugar de cambiar colores, altera la forma en que percibes la realidad. Esto significa que lo que consideramos “objetivo” podría estar profundamente influido por el idioma que hablamos.

¿Cómo afecta el lenguaje a nuestra percepción?

El lenguaje define los límites de lo que podemos pensar, destacar o incluso ignorar. Esto no significa que estemos atrapados en él, pero sí que lo que creemos obvio o universal no siempre lo es. Aquí tienes ejemplos concretos:

Los colores no siempre son iguales para todos
Piensa en el azul. En español es un solo color, pero en ruso hay dos palabras diferentes: “goluboy” (azul claro) y “siniy” (azul oscuro). Los hablantes de ruso son más rápidos al identificar diferencias entre tonos de azul, porque su idioma los obliga a notarlo. ¿Eso significa que ven más matices que tú? Puede que sí. Lo que tú llamas “azul” para ellos son dos colores completamente distintos.

El tiempo cambia según cómo lo hablamos
Para un hablante de inglés, el tiempo tiene un “antes”, “ahora” y “después” muy marcados, porque su lenguaje está lleno de tiempos verbales específicos para cada momento. Pero en lenguas como el hopi, el tiempo no se divide igual. Este idioma no se centra en un pasado o futuro fijo, sino en eventos que son más o menos probables. ¿El resultado? Los hablantes de hopi piensan en el tiempo de una manera más fluida, menos rígida que quienes hablamos español o inglés.

Las etiquetas modelan nuestras creencias
¿Alguna vez has dicho que alguien es “tímido”? Esa palabra encierra una etiqueta que reduce a una persona a un rasgo. Pero, ¿y si no existiera esa palabra? En algunas culturas, lo que llamaríamos “timidez” se entiende como “respeto” o “consideración”. ¿Significa esto que esas personas ven la introversión de forma diferente? Probablemente sí, y esto cambia cómo interactúan con quienes la muestran

¿Por qué esto importa en tu día a día?

Cuando entendemos que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la crea, empezamos a darnos cuenta de algo poderoso: lo que creemos cierto o universal puede ser solo un reflejo de cómo hemos aprendido a hablar y pensar.

Por ejemplo:

Tus problemas podrían ser “retos” si cambias la palabra.
Cambiar “esto es difícil” por “esto es un desafío” puede transformar cómo lo afrontas. Lo que parece objetivo (la dificultad) no lo es tanto: el lenguaje le da forma.

Lo que no nombras, no existe.
Si no tienes palabras para describir tus emociones, ¿cómo las entiendes? Por eso, ampliar tu vocabulario emocional puede ayudarte a ver matices en lo que sientes, en lugar de quedarte con un simple “estoy bien” o “estoy mal”.

El lenguaje como herramienta para cambiar tu mundo

La clave no está en ver el lenguaje como una cárcel, sino como una herramienta. Si el idioma moldea cómo percibimos la vida, podemos usarlo conscientemente para cambiar nuestra forma de verla.

¿Qué pasaría si dejaras de decir “no puedo” y empezaras a decir “no sé cómo todavía”?

¿Y si en lugar de “fracaso” hablas de “aprendizaje”?

La hipótesis de Sapir-Whorf no solo explica cómo vemos el mundo; nos recuerda que lo que damos por hecho puede ser más flexible de lo que parece. Quizás el mundo no sea exactamente como lo ves… pero puedes ajustar tus “gafas lingüísticas” para verlo de otra manera.

¿Qué palabras empezarás a usar para cambiar tu perspectiva?

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