Hay experiencias en la vida que solo entendemos cuando llegamos al límite. A veces necesitamos vivir algo en toda su intensidad, incluso hasta el punto del hartazgo, para darnos cuenta de que «ahí no es».
¿Te has preguntado alguna vez por qué seguimos haciendo algo que nos quema, que nos desgasta, aunque ya intuimos que no nos lleva a donde queremos? Tal vez porque, de alguna forma, aún no hemos aprendido lo que necesitamos para soltarlo. Y es en esa repetición, en ese «echarle más leña al fuego», donde finalmente llega la claridad.
La paradoja de asfixiar con más leña
Cuando añadimos leña a un fuego sin control, llega un momento en el que el propio exceso de combustible asfixia las llamas. Lo mismo sucede con algunas situaciones en nuestra vida: seguimos insistiendo, repitiendo patrones, prolongando relaciones o decisiones, hasta que algo en nosotros se agota. Ese agotamiento no es malo. Es el despertar que necesitábamos.
Por ejemplo, estar en un trabajo que no nos llena puede ser soportable durante un tiempo. Pero quizás solo cuando las responsabilidades se vuelven insoportables, o cuando el estrés nos pasa factura en la salud, nos damos cuenta de que hemos llegado al límite.
O en una relación que no nos hace bien, seguimos dando y dando, pensando que «algo cambiará». Hasta que un día, el cansancio emocional nos muestra que es imposible continuar así.
Por qué necesitamos llegar al límite
Insistir en algo puede ser una forma de autoengaño: creemos que si lo intentamos más, si ponemos más esfuerzo, las cosas cambiarán. Pero también puede ser un mecanismo necesario. Hasta que no vivimos ciertas experiencias con toda su intensidad, no somos capaces de verlas por lo que realmente son.
Es como si necesitáramos quemar todo el oxígeno de la situación para abrir espacio a una nueva perspectiva. Es ahí, cuando ya no queda nada más que dar, cuando podemos decirnos: «Hasta aquí.»
El aprendizaje detrás del cansancio
Ese momento en el que sentimos que ya no podemos más, que la leña que echamos solo asfixia, no es un fracaso. Es el punto en el que entendemos que no podemos seguir por ese camino. Y en ese reconocimiento, aunque doloroso, hay crecimiento.
Pregúntate:
¿Qué estoy aprendiendo de esta situación?
¿Por qué he insistido tanto?
¿Qué pasaría si dejo que este fuego se apague del todo?
El valor de vivirlo todo
No siempre estamos listos para parar antes de tiempo. En muchas ocasiones, necesitamos experimentar algo hasta el extremo para darnos cuenta de que no es para nosotros. Es una forma de aprendizaje: no es que estemos haciendo algo «mal», sino que estamos descubriendo lo que realmente queremos y lo que no.
Dejar que el fuego crezca, aunque después se asfixie por su propia intensidad, puede ser un paso necesario para tomar una decisión auténtica.
Cuando las llamas se apagan
Cuando el fuego finalmente se apaga, queda el espacio para algo nuevo. Ese momento de claridad puede sentirse como un alivio: ya no hay más leña que echar, ya no hay más por qué luchar. Solo queda la decisión de no repetir el patrón y buscar un camino diferente.
Si estás en una situación que te está quemando, tal vez necesites permitirte vivirla un poco más. No desde la resignación, sino desde la conciencia de que a veces, solo el cansancio absoluto nos muestra lo que de verdad importa.
¿Estás enfrentando una situación que parece consumir toda tu energía? Podemos trabajar juntos para entender qué te está diciendo ese cansancio y cómo transformarlo en el primer paso hacia un cambio. Reserva tu sesión y busquemos juntos un camino más claro y auténtico.

A través del coaching ontologico te acompaño a gestionar las crisis existenciales de la mediana edad para que puedas llevar la vida que realmente quieres sin tener que romper con tu vida actual ni hacer cambios drásticos. Más información.