Dicen que no siempre lo mejor es lo que más nos conviene.
Cuentan que un mecánico decidió un día construir el mejor coche del mundo. Pasó años añadiendo mejoras: el motor más potente, los asientos más cómodos, la mejor tecnología y los sistemas de seguridad más avanzados.
Cada vez que instalaba algo nuevo, se emocionaba más, convencido de que estaba creando una obra maestra que todo el mundo envidiaría.
Finalmente, llegó el día en que sacó su coche a la calle. Al arrancarlo, se dio cuenta de que algo no estaba bien.
Aunque era rápido, el coche se sentía pesado y difícil de manejar. Los asientos, a pesar de ser los mejores, no eran cómodos para él. El coche estaba lleno de tecnología, pero le resultaba complicada y molesta.
El mecánico comprendió que, en su afán por hacerlo perfecto, nunca se había detenido a probar si cada mejora realmente le gustaba o le servía.
Había creado el mejor coche del mundo, pero no era el coche de sus sueños.
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