¿Estás ayudando a tu cliente o calmando tu propia ansiedad?



Emprender remueve muchas cosas por dentro. Lo que haces en tu proyecto no está separado de quién eres. Tus miedos, tu forma de comunicar, tu manera de escuchar, todo eso se cuela en lo que ofreces. Emprender no es mecánico: tú eres tu empresa.

Es normal que proyectes lo mejor de ti en lo que haces. Claro, quieres ayudar a los demás a través de tus productos o servicios. Pero también trasladas tus temores y eso puede hacer que te adelantes a dar tu ayuda antes de preguntar y escuchar.

Puede ser por calmar la incomodidad que sientes cuando una venta está a punto de producirse, por el miedo a perder a ese cliente o la oportunidad que representa. O incluso porque quieres que validen tu valía profesional siendo proactivo. En realidad, la razón es un tema interno tuyo que solo tu puedes trabajar.

En el exterior el resultado es siempre el mismo: tienes contacto con una persona (tu cliente) que está viviendo un proceso que termina siendo interrumpido por tus ganas de ayudar. Y eso, por supuesto, nunca termina en venta.

¿Estás actuando desde la ansiedad o desde la escucha?

Clara quiere ayudar … pero no soporta el silencio

Clara es diseñadora y acaba de lanzar su propio estudio creativo. Un día, una potencial clienta le escribe por Instagram preguntando por precios. Clara, entusiasmada, responde de inmediato con todo el detalle: tarifas, servicios, plazos… Incluso le ofrece un descuento “por si ayuda a decidirse”.

La clienta no responde. Clara se empieza a preocupar. A la media hora le manda otro mensaje: “¿Te ha llegado mi propuesta? Estoy aquí por si tienes dudas :)”

Pasan tres días. Nada.

Clara siente frustración, duda de su valor, y se queda con la sensación de que “lo dio todo” y no fue suficiente.

Pero en realidad, no escuchó. No preguntó qué necesitaba la clienta, ni por qué preguntaba precios. Solo intentó calmar su propia ansiedad actuando rápido, mostrando valor, llenando vacíos.

Andrés se detiene y da espacio a la duda de su cliente

Andrés también es diseñador gráfico. Una persona le escribe por WhatsApp: “Estoy viendo tu web y me interesa lo que haces, pero no estoy segura de si es lo que necesito.”

En lugar de lanzarse con una explicación larga o una invitación inmediata, Andrés responde: “Gracias por escribirme. ¿Te gustaría contarme un poco más sobre lo que te está haciendo dudar?

La persona le responde. Hay ida y vuelta. Hablan unos días después, sin prisas. Y aunque finalmente no contrata, le agradece la forma en que fue escuchada.

Andrés no cerró esa venta. Pero tampoco se perdió en ella. Sostuvo la relación sin tener que forzarla.

¿Estás ayudando o interrumpiendo un proceso ajeno?

Hay momentos en los que el cliente se queda callado. Duda. Dice que necesita tiempo. O simplemente no responde a ese email que creías que iba a ser el sí definitivo.

Y entonces, algo se mueve dentro.

Incomodidad. Inquietud. La sensación de que “deberías hacer algo”.

Ese impulso de intervenir (de mandar un recordatorio, de hacer una oferta, de enviar un recurso extra “por si ayuda”) no nace del cliente… sino de ti.

Es tu ansiedad hablando. Tu necesidad de confirmar que vas bien, que estás haciendo lo correcto, que el otro te valida.

Y claro, es humano. Todos hemos pasado por ahí. Pero cuando actúas desde ese lugar, puedes terminar interfiriendo en un proceso que no es tuyo. El cliente aún no está listo, o simplemente necesita su espacio.

Ayudar sin haber sido llamado, aunque venga con la mejor intención, puede generar distancia, saturación o incluso rechazo.

Aprender a sostener el silencio, la espera y la incertidumbre también forma parte del camino de emprender. Porque no todo se resuelve actuando.

Dos formas de estar presentes … y dos efectos muy distintos

Ni Clara ni Andrés lo hicieron “mal”. Ambos querían acompañar, pero la diferencia fue sutil.

Clara actuó rápido. Llenó el vacío con información y propuestas. No esperó a entender qué necesitaba realmente la otra persona. Su impulso de ayudar nació de su propia inquietud. Y al final, se quedó con sensación de frustración.

Andrés, en cambio, contuvo ese impulso. Dejó espacio. Preguntó antes de ofrecer. No empujó el proceso: lo respetó. Y aunque no cerró una venta, construyó algo más valioso: confianza.

El punto no es “hacer más” o “hacer menos”. Es saber desde dónde haces lo que haces. Tu energía también comunica.

Claves para una gestión emocional más sana en tu proyecto

No se trata de dejar de sentir. Emprender remueve. Y eso no va a cambiar.

Lo que sí puedes transformar es la forma en que te relacionas con lo que sientes, especialmente cuando esas emociones se activan en medio de una conversación, una propuesta o una decisión con un cliente.

Aquí van tres claves simples (que no siempre son fáciles) para empezar a gestionar mejor tu mundo interno sin proyectarlo:

1. Pausa antes de responder. Antes de enviar ese mensaje rápido o hacer esa propuesta improvisada, respira. Tómate cinco segundos para preguntarte: “¿Estoy haciendo esto por el otro… o para calmar algo en mí?”.

2. Nombra lo que sientes (aunque sea solo para ti). “Siento inseguridad.” “Siento miedo a perder la oportunidad.” “Siento que si no actúo, fallo.” Nombrarlo es el primer paso para no actuar desde ahí sin darte cuenta.

3. Pregunta antes de ofrecer. En vez de suponer lo que la otra persona necesita, prueba con algo como: “¿Te gustaría que te comparta algo que creo que puede ayudarte?” “¿Quieres que te diga lo que pienso o prefieres solo que escuche?” Validar la necesidad del otro es un acto de respeto y claridad. Y además, te libera de la carga de tener que “hacerlo bien”.

Tu proyecto es una extensión de tí (y viceversa)

Puede sonar a cliché, pero no lo es: tu proyecto es una extensión de ti.

Si tú estás en piloto automático emocional, tu negocio también lo estará. Si tú actúas desde el apuro, desde el miedo, desde la necesidad constante de validación… eso se cuela en tus decisiones, en tu comunicación, en la energía que entregas.

La buena noticia es que también funciona al revés. Cuando te permites pausar, observarte y hacer espacio a lo que sientes, tu proyecto respira contigo. Se vuelve más humano, más claro, más estable. Y, paradójicamente, más magnético para los demás.

No necesitas tenerlo todo claro para emprender con sentido. Lo que sí necesitas es estar ahí para ti, antes de intentar estar para los demás. Reconocer cuándo te toca sostenerte, en vez de salir corriendo a sostener el mundo.

Porque emprender no es solo crear algo fuera. También es (y quizás primero) aprender a convivir con lo que te pasa por dentro.

Si algo de lo que has leído hoy resuena contigo, quizás este sea un buen momento para dar un pequeño paso.

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